domingo, 24 de julio de 2011

Tocino 4, capítulo II: La venganza

Basado en hechos reales.

Ken entró al salón vestido con su bañador de flores.
- Comprobado: un baño y dos habitaciones, una con cama de matrimonio y la otra con literas. ¿Cómo va eso?
Oliver y Sarah le miraron, él aún con la caja de cerillas en la mano y el cadáver de un montón de fósforos en el fregadero.
- Es oficial: el calentador no funciona.
- ¿Y cómo me ducharé yo entonces?- preguntó Stacy, en el sofá, pasando de uno en uno los canales de la tele, a cual más borroso y peor sintonizado.
- Cariño, no desesperes. Agua sale- informó Ken-. Agua caliente no.
Stacy se levantó de un salto.
- Van a ser unas vacaciones muyyyy largas…- dijo la chica, pasando de largo a sus compañeros y encerrándose en el cuarto de baño.
Oliver tiró la caja de cerillas contra la papelera.
- No es tu culpa- le suavizó Sarah-. Cuando nos enseñaste las fotos, a todos nos pareció bien.
- Es cierto, colega- siguió Ken-. Anda, siéntate tranquilo mientras te preparo un bocadillo… ¡ah no! Que no tenemos fuego y el microondas no encaja en ningún enchufe…
Oliver saltó contra su compañero. Por suerte, Sarah le detuvo a tiempo.
- ¡Calma Oliver!- dijo la chica-. ¿Y a ti qué te pasa, Ken? Sabes que estas vacaciones son para celebrar tu ascenso en la compañía de catadores de vino. Oliver y todos estamos haciendo lo que podemos para que esto salga bien…
- Está bien está bien…- respondió Ken, conciliador-. Tienes razón. Lo siento, Oliver,
El chico apartó la mirada resentido.
- Me voy a echar la siesta- dijo.
- Te acompaño- dijo Sarah.
- La cama de matrimonio me la pido con Stacy- dijo Ken rápidamente.
Oliver y Sarah se volvieron, furiosos.
- Por favor…

Hacía pocos minutos que Oliver y Sarah habían entrado en la habitación de las literas, y algunos más desde que Stacy entrara en el baño. Ken estaba solo en el salón.
- Me abuuuuurro...- se decía continuamente.
Lo bueno de ser catador profesional es que las cosas menos divertidas de inmediato cobran interés, así que Ken estaba acostumbrado a ocupar sus pensamientos en asuntos sin importancia como en sumar todos los botones del mando a distancia o en golpear el sofá y ver cuánto polvo saltaba. Lo malo era que los olores te afectaban más. Un buen catador sabe que el aparato digestivo y el respiratorio confluyen, y que tener una nariz entrenada es fundamental para sacar todo el partido a los sabores. Por desgracia, él ahora mismo podía saborear a la perfección las sardinazas fritas que los vecinos de abajo cocinaban con esmero y cuyos vapores se filtraban por los deficientes conductos de ventilación del apartamento.
Ken huyó del hedor a su cuarto sin éxito. Casi olía más. Pensó en si debía interrumpir a Oliver y Sarah en la otra habitación, pero se detuvo: después del coñazo que había dado con la cama grande…; sabía como se las gastaba su novia siempre que alguien la interrumpía en la ducha, así que al final se decidió por salir a dar una vuelta. Probó una, dos y cinco veces la cerradura. Alternó llaves, las giró, las retorció hasta que sus nudillo palidecieron, pero no hubo manera: la puerta no respondía. Al trigésimo sexto intento, el chico desistió, atufado por el humo. Luego, miró la terraza, como última vía de escape.
- Acjia acjia... a lo mejor soy capaz de colocar el toldo…
Ken abrió la puerta y se expuso al abrasador calor.

En la ducha, Stacy estaba desesperada. Pasó por alto el agua fría, pasó por alto que el toallero fuera un garfio puntiagudo y oxidado en la pared, pasó por alto que la cisterna tardara treinta minutos en recargarse, e incluso podía entender que la mampara estuviera rota y el plástico abierto hacia dentro… Pero que el pivote para que el agua saliera por la alcachofa estuviera roto hacía prácticamente imposible lavarse.
La chica se enjabonaba como podía mientras con un pie sujetaba el pivote. Había sido una chica autosuficiente durante toda su vida, se había sabido superponer a todas las adversidades y moriría superando problemas.
De repente, el único pie de apoyo de la chica resbaló sobre el champú. El cuerpo de la joven se precipitó contra la rasgada mampara, que con su filo de plástico le seccionó gran parte de la garganta. En medio del reguero de sangre, la chica se incorporó a pulso, utilizando todo el aliento que le restaba en respirar.
La joven puso un pie fuera de la ducha y caminó hacia la puerta. Dos pasos tardó en resbalar con el agua que había estado saliendo de las fugas de la ducha, y medio segundo después su cara acabó ensartada en el toallero. No es broma.

En la habitación de las literas, Oliver y Sarah no podían conciliar el sueño en sus estrechas camas individuales.
- ¿Has oído ese golpe?- preguntó Sarah, en la cama inferior.
- Venía del baño- respondió Oliver, en la cama superior (como habrá adivinado el lector)-. Seguro que Ken ha ido a hacer una visita a Stacy…
- Mm…
- Sarah… siento haber perdido los nervios antes.
- No importa cariño.
- Si no me hubieras apoyado no sé lo que… gracias cielo. Te quiero.
- Yo también te quiero.
El chico se revolvió. La cama crujió.
- Oye, cielo- dijo Oliver entonces.
- ¿Mm?
- Estoy pensando algo. La cama se mueve, está montada con cuerdas y tienes vértigo. Vale, duermes en la de abajo. Pero… si se cae esta cama, ¿no te aplastaría?
Como si hubieran estado esperando la señal adecuada, las cuerdas que mantenían la inestable estructura de la litera se rompieron con un chasquido y todo se precipitó. Oliver cayó rodando por un lateral. Cuando se volvió, el brazo de Sarah, que colgaba de la cama ensangrentado, era la única parte reconociblemente humana del resto de su aplastada y amorfa forma.
- ¡Nooooo!
Oliver salió de la habitación a toda prisa. Tuvo que sujetarse a las paredes para no resbalar con el reguero de sangre que salía del baño. El chico abrió la puerta.
- ¡Nooooo!- gritó al encontrar el cadáver de Stacy.
Oliver caminó a toda prisa por la casa, preguntándose de dónde procedía aquella peste a pescado frito. El chico trató de abrir la puerta con tanta insistencia que el pomo se desprendió. Encerrado. - ¡Nooooo!
El chico sacó el móvil. Sin cobertura.
- ¡Nooooo!
Como último recurso, el muchacho optó por salir a la terraza a pedir ayuda. Colgado como un jamón de los garfios del toldo y con la piel abrasada por el sol, Ken pendía inerte a varios centímetros del suelo.
- …jeje- rió Oliver.
El chico se asomó el balcón. Muy alto para saltar. Sin pensar mucho en ello, descolgó a su compañero y lo echó a la calzada.
- Por fin servirás de algo…- dijo Oliver, dispuesto a usarlo como colchoneta.
El chico saltó, pero calculó mal y aterrizó en el contenedor de agujas usadas que había colocado justo al lado de su portal.

- La mampara estaba rota, varios pomos quitados, las camas caídas, habían quitado el toldo…
En la comisaría, Elvis Hamon, de la agencia de alquileres de pisos Tocino, explicaba a un policía los desperfectos que había encontrado en “Tocino 4” tras la masacre, intentando ocultar su sonrisa malévola.
- Es terrible- respondió un policía-. En verano suelen pasar estas cosas: unos adolescentes alquilan un buen piso y lo malogran con fiestas salvajes. Al final, todo acaba en tragedia. Pero no se preocupe: tendrá usted su indemnización y podrá reparar el apartamento.
Elvis Hamon se deshizo en carcajadas malvadas.
- Jajajajajajjaja… ¡la vida es justa!

Era broma. Los nombres de los personajes y del alojamiento son ficticios.

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