domingo, 28 de agosto de 2011

Miedo al cambio

Nos agarramos con fuerza a cosas que nos queman, porque lo demás nos es desconocido, no porque lo actual nos llene. ¿Cuántos oficinistas han aguantado en un trabajo de mierda con el que no soñaron cuando eran niños? ¿Cuántas amas de casa siguen fieles a un marido que no la trata como se merece?
Miedo... todo es por lo mismo. No somos felices, pero no queremos cambiar, porque el cambio es eso: mutable, incierto. Nos da miedo soñar, porque conocemos los horrores de los que es capaz nuestro mundo y no queremos afrontarlos, preferimos conformarnos. Así, nos aferramos a las cadenas que en su día elegimos hasta que se nos despellejan las manos, caemos y morimos, morimos para no levantar porque, ¿cuántas resucitaciones conocemos? Muy pocas...
Al final acabamos solos, pero de una manera más terrible a la soledad que queríamos evitar: porque esta vez no son nuestros conocidos los que nos abandonan, sino nosotros mismos los que nos dejamos tirados, nos olvidamos de quienes somos y nos convertimos en una masa de huesos y carne sin ilusión, sin ningún sueño que rellene nuestro vacío interior.
¿Tanto nos cuesta luchar? ¿Tanto nos cuesta acabar el camino, hasta donde lleguemos, con la dignidad de haber intentado ser felices? ¿Tanto nos cuesta alzar las alas y volar? Aunque todo esto nos lleve a estamparnos contra el suelo, por lo menos, habremos disfrutado de las vistas.