sábado, 23 de julio de 2011

Tocino 4, capítulo I: Bienvenidos al infierno

Elvis Hamon llevaba más de veinte minutos contemplándose las palmas de las manos. Para sus enfermos ojos, de ellas aún brotaba la sangre, sangre derramada que no era suya, pero de la que él era responsable. Sonrió, adoptando una mueca histérica.

5 horas antes.
En el oscuro apartamento vacío, la calma fue rota por el sonido de la llave entrando en su cerradura; después por el de varios forcejeos; más tarde, por patadas. Tras doce minutos, la puerta se abrió con un chirriante gemido.
- Puta puerta...
- Tranquilo, Oliver.
Oliver, Sarah, Stacy y Ken entraron en el apartamento en ese orden. La segunda sosegó al primero con un cariñoso abrazo.
- ¿Seguro que es aquí?- preguntó Stacy.
- Sin duda- respondió Oliver, algo molesto porque dudaran de él-. Apartamento “Tocino 4”. No puede ser otro.
- Pues parece distinto al de las fotos.
- Sí- añadió Ken-. El de las fotos era “sencillo”. Este es más “zulo del infierno”.
Ken estaba en lo cierto. El problema de alquilar un apartamento en vacaciones, es que no sabes dónde te vas a meter. Conoces las fotos trucadas y tomadas desde inverosímiles ángulos que un estafotógrafador ha colgado en una web, pero no has visto el sitio al yogur blanco (natural).
El apartamento en sí era angosto hasta el extremo, casi opresor. La mesa y el sofá estaban apilados contra las paredes del comedor, que era una extensión de la cocina, por lo que chocaban contra los fogones.
Oliver, dispuesto a tomarse como algo personal cualquier queja sobre el apartamento, apretó los puños. De inmediato Sarah lo notó y salió en su ayuda.
- Pero no hay duda de que es el mismo. Ahí está la nevera junto a los fogones, el fregadero junto a la freidora...
- Y la tele- añadió Stacy-. Una Mágnum coloseum 12. Mi padre tiene una tienda de electrodomésticos y sé un poco al respecto.
- ¿Dónde?- preguntó Ken.
- ¿Dónde qué?
- La tele. Que dónde está.
- Ahí, en ese rincón.
- ...oh. Creía que era un accesorio de la barby.
- ¡A que te mato!
Oliver arrancó el teléfono de una mesilla y se abalanzó sobre Ken. El chico rodeó el cuello de su amigo con el cable y apretó entre los gritos de sus compañeras. Tras varios segundos de forcejeos, los ojos de Ken se inyectaron de sangre y se descolgó inerte entre los brazos de su asesino, para no volver a levantarse nunca. Es broma. No había teléfono.
- Vale ya, Ken- zanjó Oliver.
Ken asintió.
- Oh... dios... mío...- suspiró Stacy.
- ¿Qué pasa, amiga de la infancia cuyos padres son muy amigos de los míos, que el verano pasado descubrimos que mi padre había tenido una aventura con tu madre hace 20 años, la edad que tenemos, y de lo que dedujimos que somos hermanas pero que no decimos para no romper la estabilidad de nuestras familias?- aprovechó para introducir Sarah.
- El toldo.
- ¿Dónde?- preguntó Ken.
- ¡Por todas partes!
Los chicos miraron al suelo. Ahí, desplegado y despiezado como un pollo apisonado, la tela, los engranajes y todas las barritas de metal que conformaban el techado ocupaban gran parte del suelo.
Oliver levantó la persiana de la terraza. Los dolorosos rayos de un sol de Julio golpearon sus retinas.
- Oh Dios... ¡estoy ciego, estoy ciego!- gritó mientras sus ojos se derretían por entre sus cuencas y caían como una masa blanquecina y amorfa sobre sus desnudas manos. También es broma. Pero el sol picaba.
- Cielo santo...- se quejó Ken-. ¿Cómo quieren que usemos la terraza sin toldo?
- Sólo tenemos que montarlo- opinó Sarah.
- ...¿un trío?
- No. El toldo.
- Bien. ¿Alguien sabe montar un toldo?
Nadie contestó.
- Eso creía. Chicos, va a ser una estancia demasiado larga. Así que yo me suicido.
Ken abrió un cajón, sacó un cuchillo y empezó a apuñalarse en el pecho. La sangre regó sus piernas mientras se doblaba hacia atrás de dolor y caía al suelo entre gemidos, aterrizando en un pegajoso y mortal charco carmesí. Es broma. En cuanto tocó el cajón, el pomo se cayó. Y de todos modos, los de la limpieza habían robado todos los cuchillos.

¿Qué perversiones les ocurrirán a los amigos? ¿Lograrán sobrevivir a Tocino 4? Todo esto y poco (nada) más en: Tocino 4, capítulo II: La venganza.

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