jueves, 3 de noviembre de 2011

Las Montañas de la Duda

Se dice que el mundo es el esqueleto fosilizado del legendario dragón gigante Arg Tetis. De su tortuosa fisionomía, cuenta la leyenda que su columna vertebral forma la escarpada sierra de el Fin de los Tiempos, la última fortaleza que separa el mundo civilizado de los mares de Hielo y las llanuras de Cráneo, hogar de los salvajes "Remendadores de Entrañas", conocidos así por su fama de tejerse las ropas con los tejidos de sus adversarios.
Entre las montañas, se halla el reino de Gruendlar, que significa roca y fuego en gruendlés, cuyos habitantes, fieros guerreros nacidos y modelados en el campo de batalla, consagran sus vidas a la defensa del resto del imperio. Su rey, Güinifredo Frito el Salado, comanda con mano dura sus ejércitos para hacer frente a las acometidas invasoras.
Una fría mañana de Aycojón, el décimotercer mes en el calendario gruendlés, el corazón del monarca, que había soportado guerras sin cuartel, la pérdida de amigos en el fragor de la batalla y dos taquicardias, recibe ahora un nuevo mazazo cuando Eleanor, su amada esposa, cae gravemente enferma.
- Mi señor...
- Estoy aquí- responde Güinifredo, sentado junto a la cama en la cual su mujer yace postrada.
- Me muero.
- Está débil- informa el médico, mientras cambia las sanguijuelas de su pecho.
El resto de la corte, sus más cercanos amigos, bajan la vista aflijidos.
- Mi señor, he de confesaros algo.
- No hables, querida.
- ¡He de hacerlo! No puedo irme de este mundo con la conciencia intranquila.
- Mi señor, sí me permitís- se adelanta el bufón-: no soy muy docto en la medicina del cuerpo, pero si hay algo que puede aliviar un corazón apesadumbrado, eso es la sincera limpieza del alma.
El rey mira a su más sabio consejero un instante. Luego, devuelve la atención a su esposa.
- Adelante. Habla.
- Es sobre Sylvina.
- ¿Sylvina? ¿La bastardita? ¿La más bella flor que brotó de mis semillas?
- Sí, bueno, a eso iba...
El doctor recoge sus utensilios aprisa.
- Con esta fiebre, puede que delire- informa el hombre mientras se levanta.
- Esa hija no es tuya. Es mía.
- Eso es imposible, querida- dice Güinifredo-. La engendré con una doncella en la posada de las Rosas Amorosas.
- Esa doncella no quedó embarazada. La niña es mía...
- Eso no es...
- La fiebre le hace decir cosas extrañas- sigue informando el curandero, cada vez más alterado.
- ...y del doctor.
El hombre empieza a toser.
- ¡¿Pero cómo dices tal cosa?! Yo mismo asistí al parto.
- Era yo disfrazada. Tras un tórrido encuentro, el hombre que ahora me trata me dejó encinta. Yo supe por los criados de tus aventuras amorosas, y aproveché la confusión para intercambiarme con la doncella en la posada y mandarte llamar en el momento del parto.
- Pero...
- ¿No recuerdas aquella época en que engordé tanto y, al día siguiente, estaba cómo siempre?
- Sí...
- Pues eso.
- Aghhhh,¡mil rayos! Mi honor mancillado.
- Si no, ¿por qué iba a acoger al fruto de mis cuernos de tan buen grado?
- Miente... ¡miente!- grita el médico, histérico-. Ajajaja... están todos locos, locos.
- ¡Guardias!- grita el rey-. ¡Coged a este matasanos!
Dos soldados entran y reducen al desquiciado hombre.
- Y en cuanto a ti...- sigue el monarca, elevando el dedo hacia la mujer.
-Mi señor, si me permitís- vuelve a interrumpir el bufón-: los caminos del amor son a menudo tormentosos y escarpados, y juzgar con nuestro juicio imperfecto eventos tan pasados es a veces demasiado osado. Da igual lo que esta dama eligiera antaño: ¿no es lo que sufre ahora suficiente castigo?
Güinifredo mira el demacrado aspecto de su esposa.
- Está bien.. no mancharé mis manos. Dejaré que obre la naturaleza como mano ejecutora... pero al médico me lo empaláis, porfa.
Los soldados asienten.

Horas más tarde, el segundo médico de palacio informa de la defunción de Eleanora. Güinifredo charla con su consejero en el salón real, a solas.
- Mi honra... ¡mi honra!- suspira el hombre desde su trono.
- Mi señor, si me permitís- comenta el bufón-: un bufón no se hace: nace. Mi padre sirvió a vuestro padre, Ajo Frito el moderedamente Tostado, y por lo que me contó, durante su reinado muchas situaciones difíciles hubieron de ser afrontadas. No hagamos del grano una montaña. Vuestra situación no se ha enturbiado.
- ¿Qué dices? Mi honor, mi orgullo...
- ¿No os parece que la joven Sylvina ha estado creciendo bella y sana como una rosa?
Güinifredo mira al bufón. Éste le guiña un ojo.
- No sugerirás...
- Sólo digo que la vida siempre brinda oportunidades inesperadas, que un clavo saca a otro clavo y que si se cierra una puerta, es probable que se abra una ventana- informa el lacayo-. ¿No es cierto que su idilio con Sylvina, ya no sería incesto?
Güinifredo se recuesta en el trono con las manos frente al estómago.

Dos días después de la muerte de su esposa, Güinifredo contrajo matrimonio con su antigua hija, Sylvina. Nueve meses más tarde, la muchacha se haya a punto de alumbrar a su vástago.
- Empuje, empuje...- canta el segundo médico.
- Ya casi está cariño, un poco más...- anima Güinifredo.
- Uffffffff...
Los llantos de una nueva criatura inundan la sala.
- Felicidades. Es un... uy- dice el médico.
- ¿Qué? ¿Qué pasa?
Güinifredo se asoma entre las piernas de su dama.
- Uy. ¿Y esas botas picudas? ¿Y esas mallas verdes? ¿Y ese gorro con cascabeles? ¡Bufón!
El arlequín mira a su hijo. Una lástima que tuviera razón: bufón se nace.
- Mi señor, si me permitís: ¿qué fuerza puede ser capaz de detener ese vendaval arrollador que es el más universal de los sentimietos? ¿quién de entre nosotros, mortales, puede encauzar esa corriente verdadera hacia los mares de la cordura, cuando su candor le inunda? Si es por culpabilidad, lo admito: he pecado de amor. Mas ¿de qué serviría castigo, si no estuvo nunca en mi mano ponerle freno al destino? Es de recordar que los errores de hoy, no son más que las anécdotas sin importancia que el mañana recordará como el ayer. Así pues, en virtud de no errar con el veredicto. ¿Cuanto más provechoso es el perdón que el castigo para el verdugo?
El rey medita las palabras un momento.
- Bueno. Pero la cabeza te la corto.
- Jo.
- Guardias. Llevaros al bufón y a Sylvina.
Los hombres se llevan a los reos.
- Ni siquiera he tenido una fraseee- grita Sylvina mientras es arrastrada.
El rey recoge a la progenie del bufón de manos del doctor y la sostiene entre sus brazos.
- Y en cuanto a ti, a ver si a la tercera va la vencida, creces sana y por fin me das un heredero.
- Esto, mi señor...- informa el segundo médico- ...es un niño.

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